Día de Muertos: Sabores, memorias y la riqueza gastronómica en una celebración mexicana única
Ya se perciben en el aire los aromas intensos del mole, del chocolate, de las frutas y del copal. La temporada del Día de Muertos invita a cerrar los ojos, reflexionar y preguntarnos: ¿a quién dedicamos nuestros altares? ¿A quién recordamos en estas fechas donde la nostalgia y la memoria cobran vida en sabores?
El Día de Muertos en México no solo es una celebración de la vida y la muerte; es un ritual íntimo, una ceremonia que, a través de la comida, honra a los seres queridos que ya no están. La comida juega un papel crucial: el acto de cocinar para las ánimas es un gesto de amor, respeto y profundo significado. En las ofrendas, tamales, atoles, panes y dulces de temporada hablan un lenguaje que conecta el pasado con el presente.
Entre sabores y simbolismo: la riqueza de las ofrendas
Cada ofrenda es única, adaptada a los gustos de las personas que se honran. Aunque existen elementos comunes, las ofrendas de Día de Muertos son un espejo de la diversidad biocultural de México: tamales en todas sus versiones, bebidas de maíz como el atole y el pozol, el tradicional pan de muerto en sus variaciones locales, calaveritas de chocolate o amaranto, y calabaza en tacha son algunos de los platillos que destacan en esta temporada.
En muchas regiones, los altares se adornan con arcos de caña de azúcar, flores de cempasúchil y aserrín de colores. Algunos se construyen a ras de piso, con figuras hechas de frutas y semillas; otros tienen niveles, representando el paso de las almas. Cada uno es un tributo a la vida y a la muerte, que se adapta a las costumbres y recursos de cada comunidad.
Un rito gastronómico lleno de historia
Es importante recordar que la celebración de Día de Muertos no es un simple sincretismo de tradiciones prehispánicas y católicas. Aunque la festividad de Todos Santos fue introducida por los misioneros en el siglo XVI, la cosmovisión mesoamericana ya incluía celebraciones en honor a los muertos. La fusión de ambas tradiciones dio lugar a una celebración única, donde la comida desempeña un papel fundamental en el diálogo entre vivos y muertos.
El Día de Muertos es una temporada que se extiende desde finales de septiembre hasta principios de noviembre, coincidiendo con las cosechas de las milpas. Así, los elementos de las ofrendas se integran con los ingredientes locales disponibles, lo que otorga a cada región una identidad propia en sus celebraciones. En la región maya, por ejemplo, se conoce como Hanal Pixán; en zonas otomíes se le llama Ngo Dü, mientras que en el Istmo de Tehuantepec es Xandu’. Cada nombre y cada plato reflejan la herencia cultural y gastronómica de los pueblos originarios.
Receta de atole negro o de chaqueta: un clásico para compartir
Una muestra de la riqueza culinaria del Día de Muertos es el atole negro, una bebida ancestral que se prepara con masa de maíz morado y cabellos de elote tostados. Esta receta, adaptada de la tradición familiar, nos invita a experimentar una técnica mesoamericana en nuestras propias cocinas.
Atole negro o de chaqueta
Ingredientes:
- 200 gramos de pelo de elote fresco
- 200 gramos de masa de maíz morado nixtamalizado
- 2.5 litros de agua
- 50 gramos de piloncillo
- 1 raja de canela (10 gramos)
Preparación:
- Dejar secar los cabellos de elote al aire durante dos días. Luego, tostarlos hasta que se vuelvan negros.
- Hervir un litro de agua con el piloncillo y la canela.
- Licuar los cabellos de elote tostados con medio litro de agua, colar y agregar al agua con piloncillo caliente.
- Disolver la masa en otro litro de agua y colarla, luego verter en la olla y cocer hasta obtener una consistencia espesa. Ajustar el dulzor al gusto.
Con cada platillo, ofrenda y recuerdo, el Día de Muertos permanece vivo, demostrando que los sabores también son una forma de honrar, recordar y celebrar el legado cultural de quienes nos antecedieron.
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